miércoles, 20 de febrero de 1991

Alarma interna 1990

Sentí frío y una sensación de alerta, como si algo importante se me acabara de olvidar. Era una sensación conocida. Siempre me ha parecido que no habría hecho nada de lo que se considera de cierto valor si no hubiera hecho caso de mis alarmas internas. Más internas que nunca en casos como este en que el sentimiento me despertaba del sueño, y eso que no pensaba levantarme hasta dos horas después para dar cumplida satisfacción a mi necesidad de descanso.
Encendí el flexo de metal blanco que había sobre mi mesita de noche de cartón, fabricada con una gran caja de envolver, y miré la hora en el radio-despertador. Eran las ocho. Fuera se oían los pasos rápidos de JR yendo hacia el cuarto de baño. Era su día horroroso de entrar a trabajar a primera hora, después de haber trabajado la noche anterior.
Esperé a que él se hubiera marchado. Muy a menudo a lo largo de mi vida he esperado a saber que el terreno estaba despejado para salir de la madriguera. Es como  si deseara huir de cualquier competencia inútil. Creo que se puede competir hasta por un lugar junto al grifo del lavabo. Esta creencia la he debido obtener en mi larga infancia junto a cinco hermanos varones, tres abuelos, dos tatas, mis padres y frecuentemente algunos tíos, primos, invitados diversos,… que no se sabía en qué momento podían aparecer, desaparecer, estar sin que se supiera o desplazarte de tu cama “auténtica”. Nunca en realidad sabías cuál era la auténtica, ya que lo frecuente siempre ha sido tener que cambiar para dejar tu lugar a otro. Cambiar de cama, cambiar de silla, cambiar de piso, cambiar de novio, cambiar de ciudad,…
Me incorporé levemente para tirar de la manta rosa de mi madre, que dejaba plegada por la noche sobre la alfombra para solucionar estas eventualidades del amanecer, y la coloqué sobre la cama. De cualquier manera no me dormía y además tenía necesidad de vaciar mi vejiga, con lo que tras el portazo de JR decidí  levantarme momentáneamente. Preparé un café rápido con muesli y volví al nido. Fue inútil, no conseguí dormirme de nuevo. Puse la radio, un poco de música, alguna noticia, música de nuevo. Los de la radio llenando horas por la mañana deben tener más problemas de falta de imaginación que un profesor preparando las clases de la misma asignatura por séptima vez.
En el estudio lucía un sol espléndido. No eran ni las nueve y media y el gimnasio habría a las diez. Lo pensé pero me quedé recogiendo unos rayos de sol. Era una de las cualidades más agradables de la casa.
Releo lo escrito un año más tarde. Al texto le falta lo principal de su sentido. ¿Qué era aquello que se me acababa de olvidar y tenía tanta fuerza como para despertarme? Lo que no está dicho es casi siempre lo fundamental, la clave

GRACIAS A MI PUEBLO

     Gracias a la vida, que me ha dado una infancia feliz en mi pueblo. Pilar Geraldo me invitó, hace unos años, a colaborar con un escrito ...