El héroe del sombrero vaquero del maratón de Boston
YOLANDA MONGE Washington 23 DIC 2013 -
17:02 CET
AVE FÉNIX SOLIDARIO
Carlos volvió con Jeff a su Costa Rica natal, el país
de la selva bonita y los pájaros de colores. Un hermoso lugar donde perderse
para escuchar la música del agua y del viento, acompañando a los miles de
trinos de múltiples diferentes aves y cientos de sonidos selváticos más. Un
país de fábula del que Carlos había salido con su familia buscando un futuro mejor en la tierra de
promisión de nuestra era, los Estados Unidos de América.
Sus padres encontraron un buen trabajo. Carlos y sus
hermanos, todavía mejor. ¿Cómo se llamaba aquello? ¡Ah sí, la sociedad del bienestar!
- Carlos Arredondo ¿quieres por esposa a Lucinda Terrones? –
- Sí, quiero –
- Lucinda Terrones ¿quieres por esposo a Carlos Arredondo? -
- Sí, quiero –
Y se fundieron en un abrazo como de cuento, en la
pequeña iglesia tejana de arquitectura colonial española. En su casita con
jardín vivieron felices y crecieron sus hijos,
Alex y Brian.
Alex entró orgulloso en el ejército americano. Causaba
estragos entre las chicas con su impecable uniforme. Alex no llegó a conocer la
operación “Nuevo Amanecer”, cayó durante la Ocupación de Irak. No hay palabras
para expresar el terremoto de dolor que removió los cimientos de la familia
Arredondo. Carlos y Lucinda, Lucinda y Carlos, cada noche sólo tenían lágrimas,
gritos y reproches. Cada uno culpaba al otro de haber alentado al chico a
hacerse “marine”. La tierra se movió bajo sus pies, una profunda grieta se
abrió y la pareja se deshizo sin remedio.
Carlos echó a andar detrás de Cindy Sheehan, “la Rosa
Park del movimiento pacifista del 2005”, y su cruz fue una más de las miles de
cruces blancas que sembraron el campo de Crawford protestando contra la guerra
de Bush. ¡Una cruz por cada hijo muerto
frente al rancho del Presidente!
El corazón de Carlos recuperaba un poco de fuerza y de
paz en la unión con los demás. Nada podía sustituir a su hijo muerto, nada le
podía devolver la paz de su hogar; pero encontraba fuerzas para seguir viviendo
ayudando a los otros. Ése era su renacer de las cenizas como Ave Fénix.
Estaba empezando a poder dormir por las noches, y a
llenar sus pulmones de aire de nuevo, cuando le llegó el segundo golpe como un
hachazo terrible del que pensó que no podría levantarse. “¡Brian, no, Dios,
Brian, no!” le gritaron las entrañas por dentro cuando lo supo. Brian, su hijo
pequeño, no pudo resistir la tensión y el desgarró y un año después del
divorcio de sus padres apareció muerto una madrugada con una sobredosis de
calmantes.
Cuando el destino te ha elegido como Ave Fénix,
vuelves a recomponer tu figura desde el rescoldo y, sacudiéndote las cenizas,
sales volando de nuevo. Tú no sabes cómo eso ha sido posible. Alguien o algo
más fuerte que tú te ha elegido y no tienes que hacer sino dejarte llevar. Y ése
era Carlos Arredondo, nuestro pequeño gran hombre, héroe inmenso de la vida
cotidiana.
Sacando fuerzas de flaqueza acudió al Maratón de
Boston con las fotos de sus dos hijos en su camiseta. Seguiría luchando hasta
la muerte por lo que creía justo. Y,
como un destino siniestro, estallaron las dos bombas asesinas en medio de la
carrera. Carlos corrió hacia el mismo centro de la explosión buscando a quién
ayudar… Y lo hizo, de nuevo renació de entre las cenizas, como el destino le
hubiera marcado, esta vez como un ángel salvador sacando a Jeff de las mismas
entrañas de la muerte. Por eso hoy estaban los dos en Costa Rica juntos,
celebrando.
Carmen Hidalgo Lozano. 12 /03/2015