viernes, 20 de febrero de 2015

PAZ

Por Carmen Hidalgo 2015

Por primera vez en más de una semana quito las cosas de encima de las mesas del salón, barro y ordeno mi cocina, hago mi cama, pongo los pañuelos del cuello estirados en la percha y cuelgo las chaquetas en el armario.

¿Por qué? Estoy terminando la maleta, salgo de viaje dentro de una hora. Esta acción me colocará a más de doscientos kilómetros de mi madre y de toda la familia. Quizás en mi mente esté anticipando la paz que me proporcionará la distancia. 

Llevo muchos días repitiéndome a mí misma casi continuamente que tengo derecho a mi propia vida, que debo olvidarme de mi madre durante espacios de tiempo que me corresponden a mí, que no es bueno estar siempre preocupada, incluso puede ser negativo porque me dificulta muchas veces el ocuparme de ella. 

Es una lucha para mí muy difícil, no consigo despegar. Son muchas las circunstancias que me son adversas. Sigo y sigo diciéndome a mí misma: “Lo más importante es que tú estés tranquila y, si necesitas desconectar para eso, desconecta”. Por eso no he ido a verla esta semana. 

El propietario de la residencia me gritó, sin razón para ello, sólo su furia, sólo como derivación del ninguneo al que me somete mi familia. Tengo que defenderme a mí misma. Esta obligación está por encima de la obligación de cuidar a mi madre. Es más, si no consigo hacerme con las riendas de mi vida no podré seguir ocupándome de ella, no podremos seguir disfrutando las dos de esos momentos de placer compartido que aún nos brinda la vida. 

Esta es la siguiente cuestión más importante. Primero: que yo esté tranquila, segundo que podamos seguir disfrutando de nosotras mismas en la medida que el momento presente nos lo permita.
Aún tengo suerte de poder contactar con ella. 
Desde Siria: está el skype, está el teléfono móvil, está el whatsapp.
Desde El Granado: está mi coche, está el horario de visitas, están los fines de semana en que puedo sacarla.

Sin embargo no puedo olvidar.
En Siria: la guerra, las bombas, el hambre, el dolor, el aislamiento, la brutalidad de los gobernantes y los militares, su soledad, su impotencia.
En el Asilo de Ancianos: su fragilidad, su ansiedad ante lo desconocido, su miedo al futuro, su soledad, la falta de consistencia de su memoria que le impide recordar que estuve allí ayer, que acabo de hablar con ella por teléfono, que seguramente iré mañana.

GRACIAS A MI PUEBLO

     Gracias a la vida, que me ha dado una infancia feliz en mi pueblo. Pilar Geraldo me invitó, hace unos años, a colaborar con un escrito ...