domingo, 12 de octubre de 2014

El REINO DE LOS MERCADOS. Club de Escritura Fuentetaja. 2014

EL HADA SOLIDARIDAD EN EL REINO DE LOS MERCADOS

EL HADA SOLIDARIDAD EN EL REINO DE LOS MERCADOS

Por Carmen Hidalgo Lozano

Erase una vez un mundo cuyos reyezuelos se llamaban Mercados. Llegaron a dominar todo el mundo conocido, que entonces era solamente el Planeta llamado Tierra. 



Ellos vivían en una nube mágica, aislada de todo dolor y carestía. El lujo que los envolvía dio en llamarse el Mundo Financiero. Tenían sus propios Paraísos apellidados Fiscales en lugares estratégicos distribuidos por toda la Tierra en donde podían refugiarse del clamor de la plebe. Nunca antes se había conocido tal nivel de riqueza y fastuosidad, ni siquiera en tiempos de Catalina La Grande Emperatriz de Rusia.


Lujosos carruajes tirados por los mejores caballos árabes o españoles, descapotables cuyo valor se estimaba en millones de la moneda más valorada del momento, helicópteros y aviones familiares les llevaban de una punta a otra de la, para ellos pequeña, bola del mundo.
Entre ellos se hacían la competencia, rivalizando en poder y en ansia de mayores riquezas que ostentar. Llevados por la codicia no pararon mientes en engañar a sus pobres súbditos con un producto tóxico llamado Hipotecas Basura, mediante el cual les vendían las casas que habitaban a cambio de llevarse para sus arcas casi todo el sueldo del mes de las familias, cuyo poder adquisitivo bajaba y bajaba. Tanto bajó que un día la mayoría de los súbditos dejaron de pagar el producto tóxico porque ya no les alcanzaba. Ya prácticamente no podían comprar casi nada, ni siquiera les llegaba para alimentar a sus hijos a finales de mes. Las fábricas de productos de consumo acumularon pérdidas y empezaron a despedir a sus empleados, de manera que muchos súbditos se quedaron sin ingreso alguno. Llegado este momento, Los  reyezuelos llamados Mercados expulsaron de sus casas a la mayoría de sus súbditos por haberle hecho daño a su Mundo Financiero y las calles del mundo empezaron a llenarse de pobres.
Cada vez había más pobres en las calles de las ciudades de todo el mundo: ancianos enfermos, niños hambrientos, mujeres y hombres famélicos y desesperados, pidiendo una ayuda para sobrevivir.  Paradójicamente las casas de las ciudades se iban quedando vacías y abandonadas; pero ellos, los pobres, no podían entrar allí a refugiarse, ni en invierno cuando las nieves cubrían las calles, ni en verano cuando los cuarenta grados a la sombra amenazaban con deshidratación severa la vida de niños y ancianos. Todos estos edificios vacíos formaban islotes de barrios fantasmagóricos en el centro de algunas ciudades, por dónde daba respeto transitar, a pesar de la belleza de las avenidas y jardines que los rodeaban en algunos casos. Pasaron a ser propiedad del Mundo Financiero, cuyos pequeñas empresas se llamaban Bancos; pero no bancos para sentarse y descansar, o para dormir si vives en la calle, sino bancos para el descanso de Don Dinero, el más poderoso señor de todos los tiempos, por encima incluso de los reyezuelos llamados Mercados. Paradójicamente en los atardeceres de invierno se acumulaban pobres de toda clase y condición en sus puertas compitiendo por entrar al portal de acceso al Cajero (grifo por el que Don Dinero salía para habitar en los mejores bolsillos) con el fin de refugiarse del frío extremo durante la noche.
Todavía quedaban algunos súbditos de los Mercados que seguían trabajando, circunstancia que aprovecharon los Mercados para extraer de su salario todo el jugo que se pudiera hasta exprimirlos. Necesitaban acumular todo lo posible en su Mundo Financiero ya que Don Dinero no podía casi descansar en los Bancos porque tenían demasiados edificios vacíos de los que ocuparse. Esta estrategia de los Señores Mercados era buena para acolchar la cama de Don Dinero en el Banco; pero además resultó también ser espléndida para aumentar más y más el número de pobres en las calles, ya que estos súbditos cuyo salario seguía expoliándose cada vez más se convertían fácilmente en pobres hasta incluso no poder pagar su Hipoteca (aunque no fuera de las llamadas Basura) siendo así expulsados de sus casas y cargados con una deuda de por vida que los convertía además de pobres en Morosos, etiqueta denigrante y difícil de sacudirse de encima que les privaba de la posibilidad de comprar casi nada más para el resto de sus vidas.
El resultado fabuloso que obtuvieron los Señores Mercados fue un Mundo Financiero cada vez más saneado, con una corte de Ricos, cada vez más ricos, rodeados de lujo y fastuosidad como jamás se conoció entre reyes, jeques ni maharajás del Este, del Oeste, del Norte ni del Sur. Cada vez eran más los ricos y sus riquezas aumentaban inconmensurablemente; paralelamente  aumentaba el número de pobres y su pobreza rayaba casi en el infinito.
De lo que un día fue la Sociedad de Bienestar, llamada también Sociedad de Consumo, apenas quedaban pequeños reductos, como islotes, como ruinas que recordaban el paso del tiempo, como el Foro Romano se adivina en el centro de la Ciudad de Roma, como la silueta del Partenón se alza en el horizonte recortando los atardeceres de la Ciudad de Atenas.
Había gran diversidad entre los pobres, inmigrantes provenientes de todas partes, de Africa Sudsahariana, del mundo árabe mediterráneo, de países asiáticos, de Europa del Este, de América Latina,… Unos habían entrado con papeles y otros entraron de forma ilegal, sin papeles, por eso les llamaban “los ilegales” – como si las personas pudieran ser ilegales solamente por su origen. Afectaba especialmente la pobreza al mundo infantil. Pero cada vez eran más los ciudadanos locales, trabajadores de toda la vida e intelectuales de clase media, que se sumaban a las estadísticas de población en los límites o incluso por debajo del umbral de la pobreza. Unos habían perdido sus trabajos, otros habían perdido sus negocios, otros habían perdido sus casas. Algunos desesperados se llegaron a quitar la vida. Esta última circunstancia fue silenciada en los medios de comunicación social con el argumento de que su  divulgación podría hacer de efecto llamada y multiplicar el número de víctimas. De hecho muchas personas no conocían ni siquiera el hecho, solamente los más próximos en cada caso llegaron a saberlo. Una bolsa especial de pobreza y marginación se fue haciendo cada vez más grande: la de los Refugiados que huían de zonas en conflicto bélico. Una de las entradas más seguras de Don Dinero en las arcas de Los Mercados era la venta de armas a otros países. Además del ingreso por las ventas se derivaba otra ventaja añadida, la destrucción de bienes de primera necesidad que deberían ser repuestos cuando la guerra terminara, extendiendo así de nuevo el poder de Los Mercados.
La Escuela Pública, que siempre había actuado como colchón amortiguador de diferencias, como elemento de inclusión, se había visto amenazada en su función educativa por la discriminación que pesaba sobre ella al aumentar los privilegios de la llamada Privada Concertada. En estas últimas escuelas elegían libremente a sus profesores; pero también elegían de alguna forma a sus alumnos al tener menos dificultad en rechazar a los más problemáticos y a los procedentes de bolsas de marginación, que automáticamente pasaban a la Escuela Pública. De esta forma los niños se educaban en al menos dos ambientes contrapuestos, uno de ellos con mayor riesgo de exclusión social en el futuro.
Una situación tan desesperada llevaba a los distintos tipos de pobres a luchar entre ellos, compitiendo por la supervivencia como grupo. Unos querían expulsar a los extranjeros de sus países, otros querían hacer desaparecer a los indigentes de las calles de sus ciudades proponiendo leyes tan increíbles como el pago de multas a los que tenían que pedir para comer algo ese día, e incluso hubo quienes pidieron que llevaran a la cárcel a todo aquel que protestara por tanta necesidad sin cubrir debido a la tiranía de Los Mercados.
Como siempre hay una luz al final del túnel y ningún daño puede ser eterno, como por arte de magia se produjo la llegada de las hadas Empatía y su hermana Solidaridad procedentes del Reino de los Sueños, de la Ciudad de las Utopías. El hada Solidaridad bien podría estar dormida en la escultura en mármol de La Caridad desde el Siglo XVIII.


Las hadas Empatía y Solidaridad fueron introduciéndose poco a poco en el tejido social empezando por las Oeneges, asociaciones creadas bajo su inspiración. Después se acercaron a los propios ciudadanos más pobres que poco a poco fueron cambiando su actitud de lucha entre ellos por la actitud de ayuda, generando esperanza, paz y bienestar. Más tarde fueron penetrando en los hogares de la cada vez más minoritaria clase media y hasta se atrevieron a penetrar un poco en las altas esferas. Tocaron el corazón de algún director de banco que pensó que el portal del cajero era demasiado pequeño para tanto pobre y decidió empezar a abrir los pisos de los edificios vacíos.

Las hadas se colaron por las ventanas del mundo financiero llegando incluso a algún Paraíso Fiscal. Finalmente iluminaron la mente de algún Señor Mercado que sueña un mundo en el que – como El avaro de Dickens – él mismo es más feliz, llegue o no la Navidad.
Y el mundo se transformó en un mundo solidario, sin exclusiones, con menos  pobreza, recuperando la sociedad del bienestar perdido, que ya nunca más fue la sociedad de consumo porque ya la gente no se encerraba en “cajitas de tiqui taca pequeñitas todas igual” sino que salían a la calle, a la playa, a la naturaleza. Se habían dado cuenta de que lo que está verdaderamente globalizado es el género humano que constituye un ser único llamado HUMANIDAD y no puede sentirse bien si le estalla la cabeza en Gaza o Cisjordania o le pica un abejorro en Ucrania.

FIN

martes, 30 de septiembre de 2014

CABALGATA ECUESTRE. CHL. Club de Escritura Fuentetaja 2014




CABALGATA ECUESTRE:  PARA JOSÉ MARÍA...

Por Carmen Hidalgo Lozano






DOS AMIGAS. CHL. Club de Escritura Fuentetaja 2014

DOS AMIGAS.

Por Carmen Hidalgo Lozano

2008, casi al comienzo de la crisis actual, nos volvemos a encontrar en su ciudad. ¿Por qué ella es de mi familia? Porque compartimos algo más que piso en mi ciudad unos años atrás y desde entonces ella cuenta en mi vida y yo creo contar en la suya. Sin condiciones, sin compromisos. ¿Cómo hermanas? Quizás mejor que las hermanas, porque las amigas son libres y se quieren y se apoyan solamente porque sí.

Como en las familias, la comunidad de amigas nos puso en contacto cuando ella vino a Castellón. “¿Necesitas alojamiento? No te apures, si quieres llamo a Carmen, ahora está sola y le gusta compartir piso con profesoras, amigas de sus amigos”. “Sí, porfa. Es que no sé si no qué voy a hacer”. Y así nos conocimos.

La vi apurada. Le daban un Ciclo Formativo nuevo, no había textos, ni programaciones, ni casi nada. ¿Quién habrá dicho que los profesores no hacen nada? ¡Dios mío! ¡Me gustaría verlos a ellos en ese lugar a ver cómo se desenvolvían! Puse de mi parte lo que pude. Hacía la comida, aunque no soy muy buena cocinera y le ofrecía mi experiencia con otros ciclos nuevos, de otra familia profesional, nada que ver con la suya… Y nos tomábamos una cervecilla fría a la noche charlando un rato. Eso era lo mejor del día.

Me vi ampliamente recompensada. Ella me ha enseñado sin palabras lo que significa el optimismo y eso que ahora llaman la resiliencia, que me parece una palabra la mar de rebuscada. Pienso que es mejor llamarle buen humor o “al mal tiempo buena cara” como siempre.  Siempre con una sonrisa, siempre con una frase agradable, siempre con un “¿y por qué no?” a cualquier proposición alegre, salir un ratito, ir a una plaza del centro animada, reunirnos con unos amigos, ir al cine,… Cualquier cosa que rompiera la rutina, que nos hiciera olvidar por un momento todo el estrés del día o de la semana, incluso los problemas que pudieran tener nuestros padres allá, al otro lado del teléfono.

Los padres a 300 kilómetros, con achaques. Cada una con sus problemas de familia tan diferentes y sin embargo tan parecidos. Allí estábamos unidas por el trabajo y por la distancia de los nuestros, como la serie “Doctor en Alaska”.  Siempre pensé que lo más interesante de esta serie no era el rodaje tan cerca del Círculo Polar sino el hecho de estar situado “allí”, tan lejos de todo, tan lejos del entorno conocido, que tienes que formar una familia nueva en ese otro lugar. Tus nuevas relaciones pasan a convertirse en tu familia real.

Esto te hace crecer, convertirte en un adulto, crear tu propia familia – de nuevo – tu nueva familia. No es preciso casarse para configurar una nueva familia. Todos la necesitamos y hay muchas formas de generar estas nuevas relaciones… familiares al fin y al cabo.

FIN





martes, 11 de febrero de 2014

QUERIDOS ABUELOS





Macondo es mi pueblo. Allí nací y todos mis recuerdos de infancia estáíntimamente ligados con él. Casi toda mi vida como estudiante y profesional se ha desarrollado fuera, en otras ciudades; pero ahora, ya jubilada, vuelvo al lado de mi madre, viuda y con serios problemas de memoria. Quizás justo por eso me parece ahora más importante recuperar los momentos que nos han hecho vibrar y han marcado nuestra historia y nuestra manera de ser.
Un día de feria me encontré con María, mi amiga de la infancia, en la estación del tren. ¡Qué regalo de feria para las dos! María acaba de ser abuela por primera vez, está escribiendo un artículo para la revista digital del pueblo y me ha hecho el gran honor de pedirme que colabore con ella escribiendo unas líneas. Espero ser breve y de interés para los lectores de En la esquinita te espero.
Me pide que hable de los abuelos desde mi experiencia de nieta. Me apoyaré en un chat de whatsapp que mantuve con ella la víspera del nacimiento de  su nieto. También recojo trocitos de conversaciones con mi madre.
El primero de mis abuelos que viene a mi mente es justo el gran ausente, Leandro. Su fotografía siempre presidió el despacho de mi padre y allí sigue. En la foto tenía 40 años, por eso para mí es mi abuelo “el joven” ya que nunca envejeció. Mi abuela Pilar me hablaba de él. La historia que más me gustaba oírle contar es la de su romance amoroso. Mi abuela era madrileña, hija de una modistilla castiza y de un farmacéutico, con siete hijos más. Siendo el abuelo estudiante debió sentir el flechazo de Cupido un domingo en la iglesia. Desde ese momento no dejó de ir cada semana a la misma hora a la misma iglesia, situándose a la discreta distancia de dos bancos más atrás. Durante mucho tiempo – mi abuelita decía que más de un año – no se dijeron nada. El único vehículo de comunicación entre ellos fue la mirada. El día que el abuelo terminó la carrera se acercó a saludarla y le dio una carta en la que se ponía “a sus pies para todo lo que pudiera necesitar, siempre que quisiera” y detallaba su dirección postal del pueblo. Poco tiempo después morían mis bisabuelos madrileños dejando detrás ocho huérfanos. La mayor de ellos, Pilar, con dieciocho años entonces, escribió una carta a Leandro, que inmediatamente se puso en camino hacia Madrid para auxiliarla “casándose con los ocho” (palabras textuales de mi abuela). Me encanta esta historia de mis abuelos paternos.
La abuelita Pilar vivió casi siempre con nosotros, con su querido hijo Leandro – mi padre - que la adoraba  y con toda su familia. A los nietos nos malcrió – como excelente abuela que era – dándonos todos los caprichos que ella se podía permitir. Siendo yo muy pequeña aún vivía en la capital con mi tía Gracia y gracias a eso tengo en mi archivo mental escenas del parque, de los barquillos, de las palomas y de los cochecitos de la feria. Siempre junto a mi hermano Leandro con el que crecí como si fuéramos gemelos. Apenas nos llevamos un año. ¡Qué grande era la abuelita y cuánto cariño nos dio!
Recientemente me he establecido en Albacete en un piso cerca de mi madre. Allí tengo dos regalos de mi padre muy queridos: el perchero de pino de la entrada de la casa de su madre y una foto en cerámica de D. Santiago Ramón y Cajal procedente del despacho de mi abuelo. También tengo dos muebles, regalo de mi madre, que aprecio más desde que veo cómo ella los acaricia con la mirada y con las manos cuando entra en mi casa, ya que le hacen sentirse siendo niña en la cocina o en el dormitorio de su madre, mi abuela Anabel.
"Ana la Bella" en palabras de su marido, mi abuelo Francisco “melones”, su apodo popular. Todavía contesto con orgullo a personas que no me reconocen que soy nieta de Francisco melones, hija de Anica la de melones (mi madre). Estoy intentando transcribir un viejo libro de tapas duras de los de “debe y haber” con renglones en el que mi abuela iba guardando las recetas de horno o matanza que no quería olvidar. He recurrido a la ayuda de mi madre para su interpretación, ya que entre el vocabulario de medidas culinarias antiguas, la letra de la abuela y las manchas de grasa no lo sé interpretar correctamente. Estas conversaciones resultan muy placenteras para las dos, ya que la lectura de estas recetas remontan la imaginación de mi madre a su época de infancia y juventud y al afecto de su madre. Dicho sea de paso, también su maestra hasta los nueve años en que dejó la aldea para empezar a ir al colegio en la capital. Me cuenta mi madre que la abuela le dictaba recetas de cocina para que las escribiera en una pizarra que tenían colgada en la cocina de la aldea. 
“Tú siempre tan delicada y tan flor” le decía Francisco a su mujer. Recuerdo a mi abuelo como el hombre más cariñoso de la tierra. Cada mañana venía a darnos un beso antes de salir para la escuela y cada tarde volvía para contarnos historias al amor de la lumbre. Mi madre me contaba que al volver del campo o de algún viaje siempre guardaba un poquito del almuerzo que llevaba en la merendera para su Anica, que a mi madre le sabía a gloria. Si vengo en tren o en coche y le entrego un resto del atillo con comida lo abre con la misma ilusión de entonces y me vuelve a contar cómo su padre lo guardaba para ella.
El primer año que fui a Madrid a estudiar con mis hermanos (los cuatro mayores) vinieron las dos abuelitas a cuidarnos. Felices ellas de sentirse útiles, también fue ocasión de convivencia más íntima entre generaciones. También Anabel me contó cómo conoció a su esposo y el gran cambio que supuso para ella dejar Madrid con dieciocho años, en dónde estudiaba francés  y labores “como las señoritas”, para ir a vivir en verano a la Casa del Río con veinte hombres y otras tantas mujeres que iban a hacer el agosto. Allí se convirtió en “el ama” apodo propio que mantuvo en el pueblo mientras vivió. Yo entraba y salía del piso de Madrid con mi entonces apuesto novio, pivot de baloncesto, al que mi abuela bautizó con el apodo de “el botas blancas” por las botas de deporte que siempre calzaba. Con todo su cariño, Anabel empezó a cocinar platos especiales para mí con verdura y carne ligera en grasa a fin de ayudarme a mantener en lo posible la figura.
Si miro en mi interior siento la energía de mi abuela Anabel, luchando siempre con coraje para salir adelante y la dulzura y la ilusión por las cosas de mi abuelita Pilar, siempre dispuesta a pasarlo bien y a compartir todo lo que tenía con los demás. Doy gracias a todos mis abuelos por haberme dado unos padres tan buenos y haberme transmitido una fuerza extraordinaria esencial para mi vida.
A todos los que sois abuelos ahora os deseo que lo disfrutéis y que hagáis consciente la gran importancia que podéis tener para vuestros nietos. Muy en especial a mi hermano Leandro y a mi amiga María que acaban de tener su primer nieto.
CHL 11/02/2014

GRACIAS A MI PUEBLO

     Gracias a la vida, que me ha dado una infancia feliz en mi pueblo. Pilar Geraldo me invitó, hace unos años, a colaborar con un escrito ...