martes, 20 de agosto de 2019

Marismas 01 (releyendo en 2019)


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2019 08 20 Quise contar la historia de una muchacha 01

 Quise contar la historia de una muchacha que llegó a tierras andaluzas después de un largo camino por el levante español y cierta experiencia profesional también en la capital de España. 
Aunque ya había estado antes en Andalucía, cuando bajó con su coche cargado dispuesta a instalarse allí, la bajada de Despeñaperros volvió a impresionarle como al que entra en un país diferente, en un mundo nuevo, distinto. Conforme, ya en Andalucía, iba bajando hacia el sur y acercándose al mar, el terreno se hacía más y más húmedo, pasando a pantanoso y francamente encharcado en toda la zona del Coto de Doñana y alrededores. Estaba en plena marisma.
Había llegado allí con la esperanza de renacer, como cada vez que había cambiado de ciudad. No era la primera mudanza, en su corazón latía la esperanza de comenzar de nuevo, hacer las cosas bien esta vez y quizás encontrar la felicidad. A pesar de su juventud, su belleza, su éxito profesional y su facilidad para hacer amigos - Contradictoriamente el sentimiento interior que ella tenía era de no ser muy hábil en las relaciones sociales - 
A pesar de que todas las cartas le eran favorables, acumulaba ya repetidos fracasos amorosos que no sabía a qué achacar. Intentaba adivinar la causa para que no volviera a repetirse y, sin embargo, no podía evitar que volviera a suceder. Ahora que entraba en este terreno nuevo quizás sería diferente. Resonaba en sus oídos la voz de su madre diciendo - Me alegro que vayas a tierras Andaluzas, allí vive la alegría, espero que seas feliz –
La historia que yo pretendía contar era una ida y una vuelta, una esperanza y un desatino y en medio, toda una serie de vivencias que no se podían olvidar. Eran una parte muy importante de la vida de esta persona, era una geografía y un ambiente digno de recordarse y de ser descrito. Las propias experiencias que tuvo esta muchacha en esa tierra estaban impregnadas de las características de sus paisajes; es decir eran pantanosas, marismeñas. 
No le aportaron la felicidad que esperaba, no consiguió resolver sus dudas. No alcanzó una vida plena ni en su trabajo ni en sus afectos. En el camino encontró numerosas amistades y aventuras de todo tipo. Eso es lo que pretendía contar. También conoció el amor. Las relaciones afectivas, sobre todo en esa etapa de juventud, iban muchas veces unidas a una relación sexual a al deseo de una relación de pareja que ella siempre tuvo en su corazón; pero que no llegó a buen puerto. 
De nuevo se repetía y ¿qué es lo que pasaba? Quizás esté era el punto más importante de lo que quería contar en el relato, esa sensación de malestar cuando una pensaba que había alcanzado la felicidad y de momento desaparecía como si hubiera sido un estruendo, un trueno, un relámpago, un rayo que cae y se apaga y se acaba.

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2018.
¡HOLA! ¿NO ME OYES?
1.    Quiero empezar a escribir. 
Siempre he creído que podía hacerlo. Además durante toda la vida me ha acompañado la sensación de que podría resultar interesante no sólo para mí misma si no también para los demás. La verdad es que se trata de una actividad que he considerado siempre de valor.
Dicen que está de moda. Ya que los escritores no viven de su actividad literaria, inventan otras formas de ganarse la vida y recientemente les ha dado por generar talleres de escritura para noveles. A mí me parece genial que cualquiera se pueda poner manos a la obra.  Eso significa en primer lugar que la lectoescritura ha llegado a casi todo el mundo. ¡Bravo!  Se acabó el analfabetismo. ¡Genial! En segundo lugar también significa que la capacidad creativa no está reservada a unos pocos  y que no se necesita el trabajo de la imprenta para difundir la palabra escrita,  quizás gracias a los ordenadores y al Internet.  Existe una oferta casi infinita de texto escrito. Los árboles dificultan mucho la visión del bosque.  Casi no sabemos qué leer.  Dicen que hay más escritores que lectores, al  menos en lengua castellana.
Y casi todo el mundo da por hecho que lo que hay que escribir es ficción.  Eso es lo que te enseñan en los talleres de escritura. Parece ser que solamente es literatura la ficción,  las historias inventadas;  sin embargo todos somos testigos del enorme éxito que tienen los reality-shows televisivos. También dicen todos los escritores que no tiene sentido escribir si no tienes algo que decir. Yo pienso que lo mejor es escribir para uno mismo.  Es lo que yo quiero hacer. Me gustaría dejar mi experiencia de vida por escrito.  Quizás no le interesa nadie una vez que yo falte, quizás fuera imprudente publicar esa experiencia personal en vida.  ¿Y qué importa? Si me dedico a escribirla ya me la estoy contando a mí misma,  ya estoy reflexionando sobre ella, ya la estoy recordando. Podría servirme para traer a mi mente los recuerdos si en la vejez me afecta la temida enfermedad, la que está afectando mi madre, el impenetrable Alzheimer.
No yo no quiero escribir una novela realista, yo lo que quiero es contar la realidad; es decir, lo que pienso, lo que vivo, lo que recuerdo, lo que amo, lo que sufro, lo que cambiaría, lo que hubiera vivido si pudiera volver atrás, lo que deseo, lo que ya no deseo.  No sé, en suma retratar mi alma.
Todos los maestros de escritura te aconsejan escribir de una forma ordenada, primero pensar que es lo que quieres decir,  luego organizarlo. Claro,  si se trata de una novela definir los personajes, la trama, la relación entre los personajes, el o la protagonista.  Hacer fichas, dibujar un organigrama, etc. Pero a mí lo que me apetece es escribir desordenadamente. Puede ser que esto se deba a la gran influencia que ha tenido en mi pensamiento la práctica de psicoanálisis.  Digo práctica de psicoanálisis porque no me siento como una paciente que ha necesitado ir a terapia sino como una persona que ha trabajado sobre su propia estructura psíquica claro está que con la ayuda de un experto, un terapeuta.
Así es que esto no pretende ser una biografía, porque una biografía tendría que estar en principio ordenada y ya veo que esto no lo va a estar.  Ya lo he hecho más veces lo de ir escribiendo sin ton ni son  y continúo con el mismo pensamiento;  es decir que seguramente voy a incluir aquí en este mismo volumen, o carpeta, otros escritos anteriores. Podría ser reflexionando sobre ellos o incluso cambiando cosas que ya había escrito, re-haciéndolas. Entre otras cosas tengo escrito lo que yo en su día llamé una novela.  Aquella novela supuso un fracaso estrepitoso.  Se la di a leer a un amigo de una amiga que era periodista,  un periodista de La Rioja que vivía en Madrid.  Me dijo que le faltaba estructura y sentido, así es que la guardé;  pero nunca me deshice de ella. Se la di a leer a alguna amiga que no me dijo lo que pensaba de ella, lo cual fue en realidad mucho decir.  Entendí que debía deshacerme del escrito O guardarlo en el fondo del arca.  Ahí lo tengo Y vuelvo a desenterrarlo de tanto en tanto.  Volveré sobre ello.  El escrito se llama “Marismas”.
Abandono de momento este escrito para volver mi mirada hacia las marismas.
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Yo estaba recién llegada a Cádiz, tierra de esteros, y venía de Huelva, tierra de marismas. Pero más importante que la geografía era el sentimiento de desazón que yo sentía por dentro. Parece que veía reflejado en mi interior ese magma pantanoso de entre la tierra y el agua por el que resultaba harto difícil caminar a ninguna parte. Quizás ese era el sentimiento predominante en mi alma en ese momento determinado de mi vida.  Quizás por eso el nombre de Marismas.
Así que ¿le faltaba sentido a la novela? Claro, le faltaba sentido a mi vida. Me faltaba una pista forestal seca por la que poder caminar con seguridad, me faltaba una mano amiga con la que sentirme cómplice en el camino, me faltaba alegría. Tenía un sentimiento de pertenencia escurridizo, caminaba sobre aguas turbulentas. La gente a mi alrededor se admiraba de mi fortaleza, de mi saber hacer, de mi éxito en la vida, incluso de mi actitud juerguista, alegre, confiada y segura. Esta contradicción sólo demuestra lo poco que nos conocemos unos a otros, lo mal que enfocamos cuando miramos al que camina a nuestro lado, el daño que nos podemos hacer y el bien que dejamos de hacernos unos a otros. Cuando pasa el tiempo y nos damos cuenta quizás ya es demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido.
En aquella historia inventada creo que nadie entendió lo que yo quería decir. Sencillamente no supe expresarlo. Por eso ahora pienso que sería mucho mejor ir directamente al grano, sobre todo porque yo soy así, yo soy de ir directamente al grano. Cuando me ando por las ramas desbarro, me equivoco, no acierto, no me entienden, no alcanzo lo que quiero, me frustro,… Entonces ¿por qué andarse por las ramas?¿Por qué escribir historias inventadas teniendo una historia propia que transmitir, unas ideas propias que transmitir, una experiencia propia que compartir, un deseo y un anhelo propio que ahora siento que en realidad ya comparto con mucha gente?
También pensaba que una novela mal escrita podría ser muy interesante para la gente que quiere aprender a escribir novelas porque de lo que más se aprende es de los errores y en particular de los propios. Siguiendo estos pensamientos me decido a re-escribir Marismas porque ya se me perdió la versión digital que tenía de las mismas y porque al re-escribirlas tendría una nueva oportunidad de reflexionar sobre los errores que contiene como historia de ficción y las verdades que contiene sobre la vida de la autora en aquellos momentos en que la escribía.
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3.    Introducción
Estuve trabajando en Cádiz durante dos años, hasta Octubre de 1988. Durante esos años de Cádiz me dediqué a escribir, actividad que me resultó de gran ayuda, sin menoscabo de que realizara un viaje quincenal de casi seiscientos kilómetros, entre la ida y la vuelta, para volver a conversar con mi entonces psicoanalista.
Había escrito mucho desde siempre. En mi más tierna infancia ya iba escribiendo mi diario personal en cuadernos o papeles sueltos, muchos de los cuales se perdieron por ahí, no se sabe dónde. También escribía las típicas redacciones de clase, con gran éxito escolar y algún cuento o relato que resultó agradablemente premiado en un concurso para gente de mi edad. Pero esta vez decidí darle otra forma, ahora sé que esta forma se llama “ficción”, es decir historia novelada. Terminé (o eso pensé entonces) de escribirla en 1990 e incluso la pasé al ordenador, con Word Perfect, y la presenté en un concurso de relatos de mujeres sin éxito alguno. También se la dejé leer a dos o tres personas conocidas que me desanimaron casi definitivamente a continuar escribiendo.
No obstante soy una persona tenaz. En mi adolescencia no tenía esa idea de mí misma; pero ahora sí. Creo que soy persistente en mi empeño cuando tengo claro lo que deseo o creo que debo hacer. Antiguamente achacaba mis éxitos personales a la suerte, al cariño que inspiraba a los demás, quizás por mi  aparente dulzura o incluso indirectamente por amor a mis padres o a otros amigos. Quizás una de las cosas buenas que he descubierto últimamente de mí misma sea esa, mi tozudez, mi perseverancia, en realidad el trabajo diario volviendo sobre el mismo clavo que ayer no se dejó clavar adecuadamente. Buena por un lado y no tan buena por otro, como todo en la vida que tiene su Ying y su Yang.
Durante el último año he hecho dos cosas interesantes relacionadas con jugar con las palabras, una es un curso de iniciación al teatro y otra es un curso breve de escritura creativa. Al principio no relacioné ambas cosas entre sí; pero ahora sí. Definitivamente creo que se trata de jugar con las palabras, con las historias, con las vivencias, con los sentimientos, con los míos, con los de otros más próximos o más lejanos, humanos al fin y al cabo. Aunque en el teatro expresas tus emociones y cuentas las historias con todo tu cuerpo formando un ser vivo con los otros  que comparten contigo el escenario y el teatro, al final también son las palabras, porque los seres humanos tenemos el cerebro lleno de lenguaje y por eso todo nuestro cuerpo es también lenguaje. Quizás eso fue lo que aprendí con el psicoanálisis.
El asunto es que me pongo a escribir de nuevo alrededor de aquel escrito primitivo llamado “Marismas”; pero no quiero volver a copiarlo a través del teclado. La verdad es que no encuentro el archivo original, sólo tengo una copia en papel. Aunque también podría escanearla y obtener así un archivo electrónico. Siempre tengo esa opción. Sin embargo creo que es una suerte no disponer ahora mismo de un buen escáner ni de software adecuado para copiar letra impresa en archivos de texto. Así me obligo a realizar lo que fue mi idea desde el principio, reescribir algo nuevo intentando que esta vez sí tuviera poder. Bueno, al menos poder y significado para mí. Lo que me interesa es escribir para mí. Puede que luego se lo deje leer a alguien; pero elegiré con cuidado a quién y cuándo.
En el curso corto de escritura aprendí que era fundamental para intentar escribir una novela (entiendo que también para un relato corto) tener clara la idea que se quiere transmitir y no salirse de ella. No era tan importante la historia como la idea seguida del personaje principal o protagonista. Es posible que estos dos conceptos no estuvieran muy claros en aquella “mi primera novela”, aunque yo sí los tuviera claros, creo.
La idea que quería transmitir era algo así como “la insoportable levedad del ser” que le da título a la novela de Kundera. Después de ocho años trabajando en Huelva, tierra de marismas, por eso el título, salía de allí para ir a trabajar a Cádiz, al otro lado de las mismas marismas, con los esteros de San Fernando a su lado, convertidos por los noruegos en piscifactorías marinas sumamente rentables, en aquel momento al menos.
Yo llegué a Huelva procedente de Madrid, de tierra de “godos” a decir de mi cuñada canaria. Tierra castellana áspera y seca, tierra firme, sin mar en el horizonte. Llegaba con ilusión a mi nuevo destino y puse todo mi afán en vivir la aventura que Andalucía me brindaba con todo mi corazón. Esperaba, como creo que todos esperamos, encontrar eso que no sabemos muy bien en qué consiste y que todos estamos de acuerdo en llamar felicidad. Y pasada por el agua medio pantanosa de las marismas de Huelva, reflexionando sobre ese paso en las aguas pantanosas de Cádiz, deduzco que esa cosa llamada felicidad es líquida, se deshace como el barro, se escapa como la arena en el agua dulce o salada de estos acuíferos maravillosos que rodean el Guadalquivir.
Sí, esta es la idea que deseaba transmitir, porque es la idea que estaba haciendo mella en mi corazón de mujer joven que sufría mucho (eso pensaba yo) porque amaba mucho y con pasión. Ahora reflexiono sobre ello y me digo a mí misma “¡Qué gran suerte la mía!”. Qué gran suerte haber amado con intensidad, haber sentido la pasión, a pesar de que conlleve (como el Ying y el Yang de nuevo) una dosis similar de sufrimiento. Este pensamiento me trae a mi momento actual. ¡Qué casualidad! También es de intenso amor y sufrimiento. Hasta este momento en que lo estoy escribiendo no se me había pasado por la cabeza que hubiera esa relación de causa efecto entre una cosa y la otra. ¡Qué alivio! Me supone un gran alivio pensar que lo que me está tocando sufrir tiene un significado equivalente en el amor que siento y que no puedo ni quiero evitar.  Sólo por este descubrimiento ya merece la pena haber empezado a escribir.
1999 Marismas 
Primera página:

4.    Marismas por Adamina. 1990


Cruzó Despeña perros en dirección Sur y sintió el abrazo de una oleada de calor sofocante.
Cruzó ardiendo Córdoba y Sevilla y, al llegar a las marismas, encontró una brisa fresca y una espesa niebla que la detuvo.
CAPÍTULO I. AQUÍ Y AHORA

I
Las caballas frescas, abiertas, en papel albal, esperaban reposando sobre el mármol el momento de pasarlas por la plancha. Mientras tanto Elena cortaba los tomates para la ensalada en forma automática. Su pensamiento no estaba concentrado en las artes culinarias, eran otros los motivos de su entretenimiento, pronto se abriría la puerta y sonarían pasos en el zaguán. Lo importante del presente estaba en esa expectación. Él debía llegar.
Su espera no era ya como antes en un pasado no tan lejano. Sólo hacía dos años de su boda y como mucho año y medio de ese ayer en que esta hora estaba llena de la felicidad de la que espera ver satisfechos sus deseos. Al principio pensaba que había llegado a lo máximo que se podía alcanzar, se sentía plena. Le costaba preparar la ensalada y al mirar su mano notaba el temblor de la emoción que la embargaba. Sus cinco sentidos estaban puestos en preparar la comida para él; bueno, para ellos dos. Estaba segura de que le iba a encantar. Magnífica sería la mesa con el mantel de flores, magníficos los tomates cortados en suculentas rodajas rojas y brillantes, magnífico el olor de las caballas y casi prohibitivo el sabor del primer bocado, unido a la mirada.
2016 Julio
De paso que transcribo, pienso sobre lo escrito. A ver, esta es Elena, es una muchacha de Huelva sin estudios, quizás la FPI de Peluquería, si es que existía en aquellos años, quizás solamente había sido aprendiz de peluquera en la peluquería de su pueblo. Se casó con diecinueve años después de cuatro años de noviazgo. Muy dulce, de buen trato, muy dócil y prudente. Estas frases en amarillo quieren reflejar sus pensamientos y ella no se expresaría de esta forma “magnífica, prohibitivo, suculentas,…” Creo que ese párrafo debería redactarlo de otra forma. Quizás:
Había sacado del cajón el mismo mantel de flores que le puso aquel día que fue por primera vez a casa de sus padres. Él dijo que le parecía precioso. Elena se emocionaba cada vez que lo volvía a colocar. Cogió los tomates de la huerta que le regaló esa mañana su tío Paco. No existían otros tomates más jugosos y con más sabor en toda la comarca. Además en esta época del año lo mejor del mercado eran esas caballas frescas que vendía Jorge con su carretilla por las calles a la caída del día. Había que cocinarlas enseguida o perdían su aroma y su sabor. Sin embargo lo mejor de comer junto a él era el encuentro mutuo de sus miradas de enamorados.

1990 Vuelta atrás
El segundo día las manos le dejaron de temblar. Las semanas sucesivas se atormentó pensando en su torpeza como causa. “Causa ¿de qué?” Esta pregunta surgió al cabo de meses y la respuesta se empezó a vislumbrar sobre el sexto mes “Él ya no me quiere. Pero ¿me quiso? ¿qué es el amor, dónde está?” Al año dejó de preguntarse y empezó a acostumbrarse y ¡zas! Al año y medio conoció a “la otra”.
Y ahora estaba poniendo al fuego las caballas sin saber muy bien por qué ni para qué ni importaba cómo. Un día llegaba detrás de otro y casi todos igual.
2016 Julio

Casi me parece que aquí ya hay una historia corta acerca de la desigualdad de género. Sobre cómo una relación de pareja penetra en la rutina y una mujer se siente decepcionada, desplazada e impotente incluso recien casada y rodeada de su medio social y familiar. ¿Es ya una historia así de corta? Podría ser.
1990 Continuamos
Ya se lo dijo su madre “Hija no vayas a pensar que todo el monte es orégano aunque ahora lo quieras y creas que te adora. El tiempo es largo, verás que no es tan bueno todo como esperabas y no quiero ser pájaro de mal agüero”. Aunque luego le deseó toda la felicidad del mundo, ahí quedó dicho eso. ¿Lloraría por eso el día de la boda? Ella pretendía que había sido la emoción.
Pero ¿qué importaba ahora? Los hijos no habían llegado todavía y ella ya no los deseaba y a él parecía darle igual ocho que ochenta. Pero ¿qué es lo que le importaba a él? Ella desde luego no, o eso pensaba Elena, a pesar de que le dolía el alma de pensarlo. ¿Y la otra, quería Manolo a la otra? La debía de querer porque si no ¿Por qué le buscaba este lío a todo el mundo? ¿Por qué querría a la otra y no a ella? ¡Maldita cabrona y malditos los dos, qué carajo!
Se oyó la puerta del patio “Dios, sería Él”. Sin darse cuenta Elena pensaba en él casi todos los minutos del día, cuando creía que ya nada quería saber de su marido sino sólo dejar transcurrir el tiempo a ver si así la vida terminaba. ¿Qué otra cosa podía esperar?
****
II
Entró en la peluquería con aires de gran señora, andando despacio y con movimientos lentos. Llevaba unos vaqueros anchos, una camiseta blanca ajustada, con manchas amarillentas como de humedad y unas enormes gafas oscuras cuadradas.
2016 ¿Es esta una introducción adecuada de Lola? ¿Quién es Lola y qué pinta aquí? ¿Por qué tendría que interesarle al lector? ¿qué le puede interesar al lector del ambiente de la peluquería? ¿qué traduce esta conversación de la personalidad de Lola o de la relación entre Lola y Elena? A mí al leerlo me parece una conversación intrascendente y quizás lo sea. Si tiene que dar idea del ritmo de los ruidos de la peluquería quizás debería imprimirle algún ritmo o estereotipar aún más la conversación ¿?
1990 Continúa:
“Lo quiero modernito, el corte. No tengo una idea clara. Así hacia arriba y un poco hacia atrás de los lados y largo por delante y corto por detrás y con algún detalle. Bueno, como tú veas, lo dejo en tus manos. Sé que eres una artista. Procura que me  favorezca”.
Elena se quedó callada.
“Hija ¿qué te para? Aún no me has dicho ni buenas tardes”.
“Tú tampoco Lola. No me pasa nada fuera de lo corriente, lo de todos los días. Estoy cansada sin motivo”.
Elena sujetaba con el peine un mechón de pelo mientras aplicaba aire con el secador en la otra mano. No le faltaba trabajo aunque no solía ser agobiante. Particularmente los viernes se llenaba y sobre todo por la tarde. Hoy había atendido ya a cinco clientas, eran las cinco y media, tenía otras cuatro en el salón y todavía podían llegar otras cuantas. Le gustaba el viernes últimamente por eso. Cuando llegaba a casa estaba tan cansada que dormía plácidamente, aunque Manolo no hubiera vuelto y apenas tenía energías ni para pensar. Además peinando, cortando, tirando, frotando con el champú… se desahogaba. Diríase que descargaba una agresividad retenida y dirigida a otra parte. Ahora estaba terminando de peinar a otra clienta:
“Bueno ya está, mírate. ¿Te gusta? Si quieres que te cambie algo dímelo, ahora estás a tiempo”.
“Está bien, sí, está bien. Oye me queda mucho mejor que la otra vez. ¿Te acordarás para la próxima? ¿Qué te debo?”
“Son mil quinientas”
“Ahí tienes. Chao”
“Chao. María voy a teñirla a usted, luego corto a Juana y enseguida te toca a ti, Lola. Terminaremos pronto”.
2016 añadido:
Los sonidos habituales de la peluquería constituían una especie de ritmo musical que incluía el secador soplando con distintas velocidades, el paso de las hojas satinadas de las revistas con más o menos aire, el abrir y cerrar de la puerta, el movimiento de los sillones para acá y para allá, el agua del lavacabezas, el silbido del spray de laca y sobre todo la charla continua de Elena con las clientas, las clientas con Elena y las clientas entre sí.
1990 continúa:
“Oye ¿Has leído lo del Phillipe Junot? Yo no sé cómo son las mujeres de ahora. Esa muchacha se va a casar con un viejo y encima Casanova”.
“No, no lo había leído. ¿El Junot no es el ex de la Caro, la de Mónaco?”
“Elena mujer, pues claro. Pero no estás nada puesta. No me digas que compras las revistas y no las lees. ¡Serás capaz!”.
“Pues sí, muy capaz. Bueno, la mitad me las trae mi suegra después de leerlas ella y alguna que otra me las traéis vosotras. Yo no tengo tiempo ni paciencia para leer. En realidad prefiero que luego me lo cuentes tú. Si no ¿de qué vamos a hablar?”.
“De nosotras y de los demás. Te cuento algún cotilleo del pueblo y me cuentas algún cotilleo de ‘Huerva’ capital ¿no?”.
“¿Eh? No. Cotilleos no por favor”.
“¿Has vuelto a ver a la otra? ¿Sabes algo más? La muy lagarta”.
“¿Lo ves? Cállate por lo que más quieras, no me lo recuerdes. Lola, te he dicho que no quiero cotilleos. ¿No me has oído?”.
“Perdona hija, perdona. Yo no quería molestarte. Pensé que te podría desahogar contar algo. Mujer, y como ya no es un secreto para nadie; pues supuse que se podía comentar aquí”.
2016 Craso error. Una falta de delicadeza de tal calibre, casi ni siquiera en un relato. Si sucediera Elena reaccionaría mal contra su clienta. La conversación no podría seguir en un tono tan normal.
1990
“Vale, ya vale, está bien. Sigue contándome lo de la Carolina o el Junot ese como se llame. ¿Qué era?”.
Tuvo que salir, de nuevo tuvo que salir. Esta Lola siempre hacía lo mismo, lo que más hubiera deseado la más alcahueta del pueblo para fastidiar, para joder; y luego ponía esa cara de no haber roto un plato. Ella nunca hacía nada con mala intención, había que perdonarla, era su mejor amiga. Y sin embargo, cuidado con ofenderla lo más mínimo, ni por casualidad, ni sin querer, esas cosas con ella no contaban.
2016 Lo mismo digo. El retrato de la compleja relación amistad/desconfianza entre Lola y Elena quizás la debería describir con más intensidad desde los sentimientos de Elena o desde los sentimientos de ambas ya que el narrador escribe en tercera persona. Para completar ELENA Y LAS CABALLAS podría tratar de describir lo que   Elena siente y piensa de Lola (si es que viniera a cuento).
III
Cada vez le molestaba más oír el despertador por la mañana. Alguna vez había pensado comprar uno de esos de radio con música. Lo peor era que el Manolo “ni pa Dios” que no se despertaba. Cuando sonaba el reloj impepinablemente estaba roncando panza arriba como un pachá. Al momento era muy habitual que se diera media vuelta y le echara la mano por encima acurrucándose en actitud tierna. “Capullo, seguro que estaba pensando en la otra. Por la noche cuando está despierto me busca de muy otra manera”.
Elena se sacude, lo mueve para despertarlo y se levanta al water. Cuando él ya se ha levantado se vuelve a acostar. Ya no lo acompaña mientras desayuna. Con dejarle hecho el café y la leche en el cazo, sólo para poner al fuego y el pan bien cerca del tostador y la mantequilla y la mermelada fuera y algo de fruta y un poco de queso por si le apetece y… y seguro que le parece poco. Le parece nada. Se pasa todo el rato refunfuñando como para impedir al menos que duerma ya que no está en la cocina con él. Regruñe en voz alta para asegurarse de que ella lo oye.
Elena intenta desconectar, se da la vuelta boca abajo, ocupando el lugar vacío de él, regodeándose en actitud triunfante, como si lo hubiera vencido y él se hubiera visto obligado a huir. Se acurruca y prueba a confundir el regruñicio con algún ruido de la calle, como si fuera un susurro, como si no le importara nada.
Cuando se cierra la puerta de golpe tras él, no puede evitar un sobresalto. Parece que se produce un vacío dentro, en algún sitio inexistente que ella no sabría decir. Procura no pensar e intenta sentirse libre. Ya puede ducharse tranquila, desayunar, recoger y organizarse algo. Es el momento del día en que se siente más reina del hogar. Está en su casa, “su” casa. Es lo que le queda de lo que había soñado. Como cuando jugaba a las casitas, la recorre, la ordena, la contempla y suspira. Y después hace una pequeña lista antes de ir al mercado. Una vez allí no le hace caso para nada; pero le gusta llevarlo escrito, si no parece que se le va a olvidar algo fundamental. Desde la calle Puerto tiene un agradable paseo hasta la plaza. Le gusta ir todos los días. Además así evita volver cargada como una mula. Antes iban al híper cada quince días los dos juntos. Ahora mejor es que no vayan. A ella le molesta cualquier situación que le recuerde lo que hubiera querido que fuese, lo que creyó que era por un momento. Ahora piensa que fue un flash. En vez de felicidad cree que fueron sus momentos de locura. La vida en realidad debe ser como es últimamente. ¿Será así para todos los mortales? Quizás haya más de cuatro locos. ¡Ojalá!
*****


5.    Elena
I
¡Su pueblo era tan bonito! En realidad ella no fue consciente de ello hasta que se fue a Huelva para hacerse peluquera. Cuando volvía los viernes descubrió lo maravilloso de la vista del Guadiana al fondo, como un amante, y Portugal al otro lado, rivalizando con Sanlúcar por el amor del río. Se subía lo más alto que podía, allá arriba, ya fuera del pueblo, para contemplar la escalinata de casas blancas a sus pies y el brillo del agua al atardecer. Otras veces bajaba al embarcadero y se sentaba a soñar hasta que alguien la interrumpía saludándola y preguntándole qué tal por la capital.
Su madre era también de allí. Había sido de buena familia y estudió un tiempo en Las Esclavas de Huelva; pero luego vinieron malos tiempos y se tuvo que volver al pueblo. Aprendió a coser algo y hacía cestos de mimbre. Pronto vino su padre a buscarla y se casaron. Él era del Granado; pero vivía en Sanlúcar desde niño. Los abuelos se instalaron allí para cultivar una tierra que habían comprado. Los tíos seguían con la agricultura; pero el padre de Elena prefirió  la pesca, estaba enamorado del río.
*****
Hacía tiempo que no iba a Sanlúcar y ahora este viaje inesperado le traía un sabor dulce a los labios. Le parecía haber vuelto a sus quince años, haber dormido en casa de su hermana en Huelva, haber llevado la bolsa preparada a la Academia y haber salido corriendo locamente a las dos y media para coger la Damas, el bus de las tres. Como siempre, como cada viernes, a casa.
Los grandes eucaliptos de la curva de Gibraleón le hacían sentir un verde aliento de primavera en sus pulmones. Pequeñas casas blancas salpicadas entre algunos olivos, naranjales y de nuevo eucaliptos, flores amarillas y blancas del borde del camino, todo vestía de primavera su alma.
Tenía la cabeza apoyada sobre el cristal de la ventana del autobús. El vaho de su boca empañaba a ratos su mirador y ella se apresuraba a despejarlo con la mano para poder seguir disfrutando de las imágenes llenas de buenos recuerdos que la aproximaban al hogar, a la casa de su madre. ¿Su casa? Este pensamiento la sacó por un instante de su ensimismamiento. ¿Cuál era en realidad su casa, la de Huelva, la de Sanlúcar? A decir de su madre ella pertenecía a Huelva, a su familia, a su marido.
¿Cómo la recibiría su madre? Cuando le dijera que venía para quedarse se llevaría un disgusto de muerte. Puede que no la admitiera en casa y la enviara de vuelta en el siguiente autobús. Pero ¿Podía ser tan injusta una madre? Bueno, en todo caso lo mejor era no decirle nada, no contarle la verdad. Le diría que Manolo tenía trabajo extra en la fábrica. Sí, ya está, le diría eso. ¿Sería suficiente justificación? Quizás no, pero ¿cómo le iba a contar la verdad? No le podía decir que Manolo no llegó anoche a dormir sino a ducharse poco después de que sonara el despertador y que no fue a causa del trabajo sino porque andaba con otra mujer. No, eso sería mucho peor. Y aún así puede que su madre no comprendiera este viaje. Es decir, así lo comprendería todavía menos. “Eso, dale pié para que se vaya de verdad y para siempre” le diría. Pero ¿no se le había ido ya en realidad? Quizás ella tenía una idea de su madre demasiado rígida. Seguro que no se ajustaba a la verdad.
2018 Aquí pienso que no le he dado tiempo al lector a hacerse a la idea de que a Elena se le puede ocurrir dejar todo, su casa, su trabajo, su marido… y salir de golpe corriendo, huyendo de vuelta hacia la casa de sus padres. Sin embargo es algo que pasa en realidad, que desean muchas mujeres. Me lo han contado ellas mismas en primera persona. Al menos el deseo de echar a correr y desaparecer rápidamente de allí, cuanto más rápido mejor. Alguna lo ha hecho… se ha marchado “a casa” y en casa sus padres le han dicho que tenía que volver a la casa anterior… donde estaba su obligación. Yo sí que he echado a correr cuando me he visto en alguna de esas (que ha sido más de una vez). Muchas mujeres de mi generación pensarían entonces (y quizás ahora): “Pero claro, tú no estabas casada, sólo era tu pareja”. Como si eso cambiara en algo mi sentimiento de fracaso, de desazón, de engaño, de sentirme cosificada, utilizada, abandonada. Como si no estuviera en el mismo mundo en el que por consenso “una mujer no vale nada si no tiene a su lado un hombre que le de valor”.
Era mejor no pensar. Era más divertido seguir jugando a ser una jovencita. En realidad ella estaba muy joven. Bueno, tanto como a los quince años quizás no, pero aproximadamente sí. Dieciocho sí los podía aparentar y dar el pego. Dieciocho años, la melena negra rizada, preciosa, la cintura flexible con un ancho cinturón a la moda y una falda cortita por encima de las rodillas. Ideal sí, debería preocuparse más de su aspecto físico y ponerse preciosa. Podría. Pensando esto se le fue la mirada a dos asientos por delante en la parte izquierda del autobús. Un hombre joven, bien parecido, de cabellos rubios y ojos claros, parecía mirarla de vez en cuando. Ella se volvió enseguida hacia su mirador ¿habría enrojecido? Pero entonces ya no estaba tan triste ni tan hundida como había creído. ¡Qué alegría! Sonrió lo que le permitió la vergüenza que le daba que la vieran y volvió a mirar de refilón a su galán del autobús.
*****

2016. Vamos a ver, si estaba tan triste y desesperada es más que raro que se detenga a mirar a un galán en el autobús y menos esta mujer que estás suponiendo que se ha educado en un casi tierra de moros respecto a la mujer. Lo que querías transmitir es que esas mujeres que se casan antes de los veinte y a los veinticinco ya están rodeadas de 4 ó 5 chiquillos y las llaman señoras no son dueñas de sus vidas sino que viven alienadas en función de sus maridos, padres y hermanos, pasando más adelante a estar alienadas en función de sus hijos y nietos. Entonces esta escena no procede aquí o debe ser descrita con más interés por parte del galán y rechazo o sentimientos de culpa por parte de ella.
2018. Mira qué bien te viene ahora lo de la manada (el juicio a los acosadores de los sanfermines que va a cambiar la legislación española sobre este punto de aquí en adelante). ¿Es que la muchacha violada ya no tenía derecho a continuar su vida con cierta normalidad?¿Es que no tiene derecho una mujer a sentir satisfacción por la mirada de otro cuando ve que se le derrumba un sueño amoroso reciente? Carmela, que tú también estás resultando un poco machista… como casi todo el mundo en esta sociedad patriarcal.
1990 volvemos.
III
Su inercia en una curva la empujó contra la señora que iba a su lado y la distrajo de su fantasía. Sanlúcar estaba abajo, blanquísimo, tranquilo y prisionero entre las aguas del río y los montes. La camioneta (así llaman en Huelva al autobús) se detuvo. Ella se echó el pelo hacia la cara intentando que no la reconocieran. No tenía ganas de saludar a nadie. Había poca gente esperando. Miró por encima y no conoció a nadie. “Mejor”, pensó. Cogió su bolsa y corrió hacia su casa, como siempre.
La puerta estaba abierta. “Mamá” gritó, sin respuesta. La casa vacía. “Todo va bien de momento” pensó. Dejó la bolsa en la sala y entró en la cocina. Abrió el frigorífico. Estaba hambrienta. No había tomado nada desde el desayuno. Dulce de membrillo, “qué bueno”, cortó una rebanada de pan y una fina loncha del preciado manjar y un indecible sabor a infancia inundó su boca con el primer mordisco. Lo saboreó lentamente hasta el último bocado, mientras recorría la casa abriendo baúles para llenarse de su olor, mirando fotografías y contemplando las flores del patio que con tanto cariño cuidaba su madre. Se sentó en el patio a la sombra para recrearse tranquilamente con tan bello panorama y se quedó dormida.
Su madre entró con pasos acelerados cruzando el corredor. “Su niña, por Dios”. Juana le había dicho que bajó del autobús. Pero ¿sola?, no podía ser. ¿Qué habría pasado? Al llegar a la puerta del patio se detuvo a contemplarla largamente, suspirando “mi pequeña”.
Elena abrió los ojos, dijo “Mamá”, se abrazaron y el abrazo duró un eterno instante. Era una vuelta a casa perfecta. “¿Y papá?” “En la mar hija, volverá pronto”.
Se miraron y todo lo que dijeron después en realidad sobraba porque las dos supieron todo en el momento en que se cruzaron sus pupilas. Elena sabía que a su madre no se le escapaba nada de ella. Lo más increíble fue como supo lo de Jesús, aquel profesor de la academia que le hacía soñar. “Hija, con casados no, eso nunca por favor”. Elena ni se lo había nombrado y su madre supo por la mirada que estaba enamorada y que él era casado. Increíble, pero cierto.
*****
IV
Por fin cuando se acostó su padre y se quedó sola en el cuarto de estar, al amor del brasero, rompió a llorar. Las lágrimas surgían dulces y amargas a borbotones. La garganta, congestionada, parecía que le iba a estallar en un ataque de furia para dar lugar al momento siguiente a la falsa relajación de la desgana y el abandono.
Le venían sin querer recuerdos de los primeros encuentros. La primera vez que él existió para ella, no era sino un chaval, entre otros chavales, vacilando en la puerta de la escuela de peluquería. Sin saber cómo se fue haciendo habitual verse, daban paseos juntos sin ton ni son. Sin que ella lo pretendiera acababan callejeando los dos solos y una noche la besó en el portal al despedirse.
Esa noche se acostó rápido, no quería que nadie descubriera su secreto, no quería que nadie le robara sus sueños. Y soñó, soñó, no sabe muy bien qué, pero despertó radiante, con las mejillas sonrosadas.
Desde entonces muy pocos días faltaba a su cita. Acabó llamándola cada noche por teléfono. Su cuñado protestó varias veces de las largas conversaciones “con ese punki”. Ella no recuerda el contenido de las conversaciones; pero sí su felicidad.
“Ana, me ha dicho que me case con él, que el fin de semana me presenta a sus padres, que me quiere más que al mundo, que soy la única maravillosa, que…!
“Chiquilla ¿tú lo quieres?” fue la pregunta de su hermana.
“Pero claro ¿Tú lo dudas?”.
“Piénsatelo; pero no demasiado. Si os queréis, pues ya está lo más importante”.
La boda fue blanca en la ermita del pueblo. Su madre lloraba y su padre no decía ni una palabra. Su hermano Emilio fue el padrino y se pagó las copas. Emilio era un hermano estupendo, quizá debería escribirle, o mejor ir a verlo. Sí, puede que vaya a Barcelona.
“Y ¿cómo puede haberse roto todo el encanto? ¿Y cómo puede ser que él no me quiera? Me niego a creerlo, me niego y me niego”. Ella había visto sus ojos brillar y su cara temblar al mirarla mientras acariciaba suavemente sus cabellos. Ella le había visto sonreír y saltar de alegría cuando oyó un sí de sus labios. Ella había sentido sus abrazos sin fin hundiéndose en su cuerpo, buscando más allá de su carne y de sus huesos. Ella encontró su mirada complaciente al despertar. “No puede ser, no lo creo. Él me quiere, tiene que quererme. ¿No se dará cuenta de que me hace daño?”.
*****
AQUÍ HAY UN CORTE BRUTAL. HASTA AHORA ESTÁBAMOS SIGUIENDO A ELENA Y EN TODO CASO TENÍAMOS INTERÉS POR SU MARIDO, MANUEL. PERO AHORA APARECE… Claro, pero si este es su Manuel… Ahora vamos a ver en qué anda él.

6.     Manuel

I

[2018: La vida de Manuel fuera de casa cuando no está con Elena discurre por otros derroteros. Su trabajo, su actividad sindical, su contacto con el mundo. Él se siente joven, activo, lleno de una vida que no está encerrada entre las cuatro paredes de su vivienda, que no se limita al estrecho entorno de relaciones familiares y de vecinos. En ese entorno, Manuel no se da cuenta, pero está incluyendo cada vez más también a Elena]
Cuando sonó la sirena de salida se levantó y miró a su alrededor; pero apenas vio nada. “Adiós, hasta el lunes” ”¿Qué haces el fin de semana?” “¿Eh?” ”Nos podemos ver. ¿Te llamo?” “Vale. Adiós”. Cogió la chaquetilla y salió a la calle. El sol le hizo daño en los ojos. Estaba muerto de cansancio y de sueño y de aturdimiento. Abrió la puerta del coche, tiró la zamarra detrás con desgana y arrancó. Estuvo parado un rato con el motor en marcha mirando a la ría. La negra y sucia ría de olor putrefacto, con gaviotas blancas picoteando no se sabe en qué fango. El agua reflejaba sin embargo preciosos oros de atardecer y la hierática y pétrea estatua de colón señalaba el camino del puente como una huida hacia la libertad.
Aceleró y tomó la dirección de Mazagón. Se perdió entre la jara y la retama y la arena y los fresales. Los bosques de eucaliptos a los lados le recordaban las caravanas del oeste americano. Pisó a fondo y al llegar al cruce se deslizó despacio hacia la playa.
Aún caminó por las arenas doradas unos diez minutos. Se sentó sobre un tronco seco cuando las piernas casi se le doblaban y permaneció en silencio mirando, sin ver, el faro del espigón.
[2018: Y aquí aparece Patricia por primera vez. ¿Quién es Patricia? Patricia es la muchacha joven que viene de más allá de Despeñaperros.  Había venido mucha gente de fuera a Huelva, sobre todo desde que el Polo Químico empezó a crecer. Venían grandes empresas a establecerse desde la Ría de Bilbao, quizás estaban huyendo del entorno de ETA , de sus chantajes, de sus amenazas, de sus asesinatos. Más tarde llegaron todo tipo de empresas y de profesionales dado el crecimiento de la población subsecuente. Patricia era un ejemplo. Médica especialista joven con plaza en propiedad en el Hospital de la Seguridad Social, cosmopolita, moderna, intelectual, libre. Era un tipo de mujer sorprendente para la Huelva de 1980. Manuel se sintió deslumbrado por ella desde el primer momento.]
Detrás, a poco más de doscientos metros, estaba el chalet de Patricia. Le pasó por la cabeza; pero lo desechó enseguida. “Hoy no, ahora no es el momento. Dios mío. Ya está bien. ¿Qué demonios hago metido en este lío? Voy a terminar loco y sin enterarme de la película”. Manolo quería a Patricia. Bueno, sentía por ella algo muy especial. En parte se parecía a lo que le pasó al principio con Elena; pero en parte era radicalmente distinto. ¿Mejor o peor? Mejor y peor. Mejor porque Patricia era una mujer fuerte, segura de lo que quería y de lo que hacía y de lo que decía y se movía en la cama de una manera enloquecedora. Eso es, enloquecedora es la palabra. Como en las películas. “Dios y no era una cualquiera. No, no era una cualquiera. Al contrario, era dulce y elegante y culta como una dama de París. Bueno, como una chica de la buena sociedad. Vivir habría vivido lo suyo, pero con él estaba por amor. Una mujer no puede estar de esa manera si no es por amor. Y en cualquier caso él estaba loco por ella de todas formas”.
2016 En el párrafo anterior he cambiado el vocabulario inicial en el que ponía en boca de Manolo la palabra puta. Que si Patricia no era una puta; pero era como las chicas alegres de la buena sociedad, que vivir habría vivido lo suyo; pero que a él lo quería (como si por haber vivido antes no pudiera ya querer). No sé si sólo lo estaba poniendo en boca y mente de Manolo o realmente le estaba trasladando al lector esta idea sobre Patricia desde el principio y creo que no era esa mi intención inicial cuando escribí esta novela corta. Patricia era una chica moderna, autosuficiente, libre, vividora; pero para nada frívola y menos aún una fresca o una putilla. A ver cómo consigo reconducir este hilo o este tema, si sigo con él.
1990 continúa.
Pero Elena “Ay, Elena también”. Él también la quería, aunque cada vez estaba más insoportable. Y peor que las palabras eran esas largas miradas de cordero degollado diciendo “Me estás matando” mezcladas con un rencor que no se atreve a salir; pero que se adivina. Y esas “Buenas tardes” de Señorita Rottenmeyer que le lanzaba y esas medias vueltas bruscas en la cama para el otro lado. Y él mientras pensando en cómo decírselo, en cómo arreglarlo, en cómo reparar. A él le hubiera gustado reparar; pero con esas maneras no se puede.
[2018: Manuel no podía entender el lío de sentimientos que albergaba en su interior . Su interpretación en términos tradicionales, en lo que constituía su cultura, le llevaba a pensar que Patricia era una muchacha ligera de cascos, una muchacha joven, incauta, que se dejaba arrastrar por la corriente del deseo. Por eso ni le dijo que estaba casado. Con este tipo de mujeres esto no interesa. Sin embargo cuando la escuchaba hablar quedaba como hipnotizado. Era una mujer lista, a él le sobrepasaba claramente. Bueno, a él y a todo el cuadro de  dirigentes sindicales , que no eran moco de pavo. Esta cualidad de Patricia lo descolocaba. Con el paso del tiempo cada vez se sentiría más y más descolocado y más y más enamorado a su pesar.]   
*****
II
Abrió la puerta de su casa con cierto temor; pero con esperanza. “Elena, cariño, Elena”. Y se oyó el vacío que seguía a su voz. “No está ¿No está? No”. Movió todos los pomos de la casa y empujó todas las hojas de las puertas en un abrir y cerrar de ojos. “No está” y cayó derrumbado en el sillón del cuarto de estar. Sin pensar lo que hacía cogió el teléfono y marcó el número de casa de Patricia. “Diga”. Una voz varonil al otro lado. Colgó. “Dios mío. No”.
[Elena no estaba en casa. Era lo que se temía. Había estado jugando con fuego y aquí estaba el resultado, la quemadura. Sin embargo el primer número de teléfono que marca intentando buscar sosiego es el de Patricia. En vez de la voz dulce de la mujer que lo paraliza, que lo deja como hipnotizado, escucha una voz de hombre y se siente destrozado por dentro. Le muerden los celos. Él no debería sentir celos ¿o sí? Pero eso significaba que Patricia le estaba importando mucho más de lo que él quería, mucho más de lo que él hubiera siquiera imaginado.]
La peluquería, estará en la peluquería. Marcó el número y esperó en vano a que alguien descolgara para hablarle. “Mosca, estará mosca por lo de anoche. Pero si no se enteró ¿O se enteró? No se, ahora no quiero pensar”. Puso la tele. Un partido de baloncesto. Salió a la calle y caminó sin saber a dónde. Calle de San José, tráfico, gente por la acera, tiendas, Plaza de la Merced, Paseo de la Independencia. “Hombre, voy a ver si está por aquí Alfredo”.
[Y para no sentir el dolor que estaba sintiendo (ni una ni otra, ¿las perdería a las dos?; pero si a Patricia no la podía perder, en realidad no la había tenido nunca). Para no sentir el dolor que estaba sintiendo se echa a la calle, al ruido, a la gente de costumbre, analgésico rutinario de todos los días. Pero también en especial al amigo. Alfredo era un bálsamo curador, un compañero fiel, un terapeuta gratuito, un colega, en fin un tesoro que le gustaría mantener toda la vida.]
*****
III
“Hombre Manolo, vienes que ni pintado. Siéntate. ¿Quieres un café? Ahora me iba a una reunión del Sindicato a ver qué puñetas hacemos con lo de los turnos. Bueno, los turnos y las horas extras y lo que nos deben de atrasos y el convenio que está ahí ya mismo. Y es que hay que hacer como los de Astilleros. ¿Has visto los tíos?”.
“Sí. Bueno, no sé”.
“Pero Manolo ¿Qué te pasa, carajo? ¿Aún andas enredado en esos líos de faldas? Líos los que quieras; pero que no te coman el coco ¿Vale tío?”
“Vale, vale ¿Me pasas el azúcar? Está bien, iré contigo a esa reunión”.
“Claro tío, si tú eres cojonudo ¡Si lo sabré yo!”
Alfredo y Manolo anduvieron al revés las mismas calles que acababa de andar él sólo. Con la cháchara de Alfredo y sus manotazos y sus risas Manolo se sintió aliviado. Dejó de pensar en sus cosas. ¿Cómo podía tener este hombre esa vitalidad y esa tranquilidad y ese saber hacer? Porque Alfredo se lo montaba bien, sí señor, de cine. Todo le funcionaba, la mujer, los hijos, los amigos en el trabajo y fuera, sus reuniones sindicales y hasta sus ligues. Hablaba con las chicas con una facilidad y una verborrea apabullante y  alguna que otra ya caía, ya. Con él había conocido a Patricia. Si no ¿de qué?
2016 El lenguaje que pongo en los pensamientos de los tíos es cierto que es real, lo era en los hombres que yo conocía; pero quizás sea más novelesco si lo relato como si lo estuviera pensando yo realmente, tratar de meterme en la piel de estos hombres, hacerlos más humanos. Así porque sí no pretender que ellos es que ligan sin ningún sentido moral, ni remordimientos. Hacer como que (lo que ellos dicen) no lo pueden evitar y, bueno, hacerlos más empáticos con las mujeres aunque luego su comportamiento o acciones sean las mismas.
Por ahora el centro del argumento lo veo en Elena; pero quizás el orden de los acontecimientos debería ¿ser otro?
1990 PROSIGO
Subieron juntos las escaleras del antiguo sindicato vertical, por los pasillos llenos de humo se cruzaban hombres presurosos, de veinticinco a cincuenta años, con barba incipiente o florida o sin barba, con jersey o camisa, con pantalón de pana o fino.
“Hola” “Hola” “¿Qué tal os va?” Todos saludaban a Alfredo. Manolo no reconoció a ninguno. Uno le sonaba, ese Antonio que había saludado al entrar; pero ¿no era de la fábrica? No, no era de la fábrica. Ah, ya, estuvieron hablando con él otra tarde que se reunieron allí, cuando aquella amenaza de despidos que hubo que zanjaron haciendo un turno de noche cada dos semanas sin cobrar más por eso. Sí, fue entonces.
A los que había en la habitación pequeña sí los conocía, eran de la fábrica, todos menos uno que estaba liberado por el sindicato para asesorar, para llevar aquello. Dos horas de reunión, frases largas, frases cortas, muchas propuestas, ningún acuerdo, alguna maldición, bromas entremezcladas, risas, escritos y mucho humo, casi no se podía respirar. Bueno, parece que al final salió algo de luz. Harían un paro de una hora el miércoles a medio día, todos debían repartir las hojas explicativas y Manolo hablaría en su sector.
“Otra vez; pero ¿cómo os dejo que me convenzáis, si ni siquiera sé hablar en público” “Venga, tío, menos rollo que lo haces genial. Si eres el mejor”.
*****
CAPÍTULO 4. LA HUELVA DE MANUEL.
7.    La Huelva de Manuel
I
Huelva ha sufrido una metamorfosis kafkiana en los últimos quince años. Ya no tiene nada que ver con la ciudad que vio los primeros juegos de infancia de Manuel, testigo y escenario de su descubrimiento del mundo. Aquella era una pequeña ciudad, de menos de treinta mil habitantes cuya extensión se reducía a lo que hoy se llama centro y poco más. Algunas casas bajas en La Isla Chica eran una pequeña prolongación en donde él nació y creció. Apenas algunas mansiones de lujo en el Conquero, junto al palacio arzobispal, con jardines perfumados y majestuosas vistas a la ría, sin puentes entonces. Y, sí, ya algunas chabolas en el Hotel Suarez, pequeño barrio plantado en la marisma que se inunda cada año cuando llueve con la marea alta. Las gentes de Hotel Suárez eran entonces los reyes de la marisma y aún hoy tienen el orgullo por su asentamiento, a pesar de las pésimas condiciones de vida físicas, económicas, sociales y personales.
Apenas manchaban el agua de la ría los restos de petróleo y aceite de los motores de los barcos. El borde del agua desde el muelle hasta Colón estaba ribeteado por una ancha banda de arena dorada y un largo y majestuoso paseo marítimo, con grandes eucaliptos a los lados, era el recorrido obligado de los enamorados y amantes de atardeceres románticos. Todavía Manuel conoció el tranvía que llevaba desde la capital a las playas hasta la Punta del Sebo. También recuerda haber cruzado en barca la ría para ir de merienda a La Rábida algunos días de fiesta con sus padres y hermanos.
Ahora el lodo negro y maloliente ha sustituido a la blanca arena, los eucaliptos han sido sacrificados y el paseo convertido en carretera doble de cuatro bandas para tránsito de camiones. La ría ha sido separada de la ciudad por una fila densa de construcciones metálicas con chimeneas humeantes y amplios vertederos de olor quemante o putrefacto. Dos puentes unen ahora la capital con Mazagón y Punta Umbría, sobre las aguas del Odiel y el tinto. Montañas marrones de óxido de hierro y extensas sábanas de yeso blanco crecen cada vez más transformando el paisaje periurbano en un desierto químico.
El espigón, monstruo de hormigón de quince kilómetros de largo, va a dividir la ría en dos, como la de Bilbao, la orilla izquierda industrial contaminada, donde podrán “veranear” los menos pudientes y la orilla derecha, pretendidamente limpia, con cada vez más edificios altos y chalets amontonados de alto precio. Las islas Saltés y la de Enmedio ya están sintiendo que los pájaros no vienen como venían a saludarlas en invierno.
Y el casco urbano ha crecido de manera tan anárquica, ilógica y antiestética que se ha hecho famoso en un congreso de urbanismo en Tokio como ejemplo de pésima urbanización, difícil de superar aún haciéndolo a conciencia. Un desordenado cinturón de barrios marginados, con malas comunicaciones y sin parques, se entremezcla con cabezos, solares y vertederos. Isla Chica y La Orden podrían competir con el barrio del Pilar de Madrid en densidad de población y no tienen la Vaguada. Algunas calles peatonales en el centro y una promesa de barrio ordenado en la entrada de la futura autovía de Sevilla son el fruto esperanzados, señal de que los nuevos habitantes de Huelva, llegados de cualquier parte, están tomándose algún interés por la ciudad que, al fin y al cabo, ya está viendo crecer a sus hijos.
*****

2016 Ahora pienso en qué pensaría mi amiga cuando le dejé el primer manuscrito para que lo leyera. Aquí estoy dejando entrever todo un desastre urbanístico de la ciudad (y de verdad que pienso que lo era); pero también estoy dejando entrever casi como única esperanza lo que puedan hacer por Huelva los habitantes que están llegando de fuera, como si la gente de Huelva no tuviera interés en hacer nada por su ciudad. La verdad es que también es verdad que lo pensaba así entonces. Pero ahora también pienso que eso a ella la podría ofender o molestar o desde luego seguro que no le gustaría. ¿Por qué pensaba eso?
La mayoría de gente que ha salido de Huelva y ha conseguido “triunfar” fuera se queda fuera, yo creo que no desean volver a su ciudad porque no la aprecian, o al menos entonces me parecía que era así. Algo parecido a los países subdesarrollados, que están en manos de los caciques locales con poca o ninguna cultura y harto afán de enriquecerse a costa de sus paisanos. Así, no sé, algo lumpen, como un círculo vicioso difícil de superar, que sume a la gente en una autoestima baja y los hace incapaces de rebelarse contra la autoridad y reclamar un mejor estatus para la ciudad y sus habitantes.
Tengo que reconocer que Huelva ha cambiado mucho desde 1990. La ciudad ya no parece la misma ni su entorno tampoco, a pesar de que sigue habiendo alta densidad de fábricas químicas; pero el mismo Sindicato CCOO y otras fuerzas locales han luchado para que se recupere el entorno más próximo hasta la Punta del Sebo. También el Puerto ha cambiado sustancialmente y en general la urbanización y el aspecto de la ciudad. Salvo los barrios más marginales, quizás La Orden y El Hotel Suarez, el resto ya no lo describiría de la misma manera. Ahora la Universidad está en la misma ciudad saliendo hacia Sevilla, mucho más allá de La Isla Chica y la nueva zona de alto standing la han construido más allá de la barriada marginal de Pérez Cubillas.
1990 PROSIGO
II
La Isla había sido un buen barrio. Era lo más cosmopolita de Huelva. Siempre había sido abierto, amplio, comunicativo,… Los chavales de allí eran los mejores de corazón y de cabeza. Su buen amigo Juan, que tuvo la suerte de montarse un pequeño bar allí, en el cogollo de La Isla. Alfonso, el hijo del carnicero, que se quedó en Sevilla al terminar la carrera; pero volvió cada fin de semana como a una cita sagrada, hasta que se casó. Luis, que se quedó con el quiosco de su padre. Y Andrés, que sigue sin trabajo y no se sabe muy bien de qué viven su madre, su hermana y él; pero que tiene el corazón de oro que buscaba Neil John en su disco Harvest.
El pequeño taller de madera de su padre había ido a más desde que la ciudad empezó a crecer, con la puesta en marcha de las fábricas. Ellos mismos se mudaron de la casa baja a uno de los pisos que estaban construyendo. Y Manuel pudo estudiar Perito de Minas sin problemas, lo que le valió un buen puesto en la fábrica; mientras su hermano Sebastián perfeccionaba carpintería en Formación Profesional, para ayudar después a su padre. También él se podía haber quedado en el taller, pero era un díscolo, siempre le había gustado llevar la contraria y trabajando con su padre hubiera sido más penoso discutir con él.
Su madre era dulce como un bolo de leche ¿Cómo podría haber salido su hermana María tan arisca, en cambio? Siempre le había gustado acurrucarse entre dulce y triste cerca de la redondez de su madre, para que le acariciara preguntando sin esperar respuesta “¿Qué te pasa mi niño?” Conforme creció le molestó alguna vez esa caricia; pero en el fondo la siguió buscando siempre que le atormentaba alguna inquietud. Tras los primeros encuentros con Elena, por ejemplo, cuando sufría sin saber si ella le correspondería.
Y hoy, un sábado casi a mediodía, que dormitaba un semidulce semiamargo duermevela, sólo en la casa, era inevitable acordarse de ella. Pero no podía ir a buscarla, tenía que conformarse con la pequeña fantasía de su duermevela. Él ya era demasiado mayor y, la verdad, es que se sentía culpable y sabía que ella lo desaprobaría.
*****
CAPÍTULO 5. PATRICIA.
8.     Patricia en las Marismas.

[2018: Y ahora nos vamos con Patricia. Para nada nos hemos olvidado de Elena, del dolor que siente, de su deseo de encontrar consuelo en el regazo materno, en su pueblo, en sus recuerdos de infancia. Sin embargo queremos intentar entender lo que pasa desde todos los ángulos. Antes hemos estado un poco con Manuel, con sus contradicciones, también con su dolor, con su desconcierto. Ahora le toca a la nueva persona ajena, extraña, quizás extraterrestre en principio para esta comunidad que estaba un poco encerrada en sus tradiciones, en su mundo.]
I
La despertó el revisor al devolverle el billete cuando estaban prácticamente entrando en Huelva. Le sorprendió la cantidad de árboles que se veían. No pensaba que Andalucía pudiera ser tan verde. De repente le llegó un fuerte olor a col hervida. ¿Col o era más bien como un desagüe? Se volvió a asomar a la ventana, a lo lejos se veía una humareda gris clara y de nuevo el tren se detuvo. Leyó “San Juan del Puerto”. Más tarde sabría muy bien que aquello era el  olor de la fábrica de celulosa que dicen que no contamina el aire, que no es peligrosa para la salud. ¿Seguro que no? Y por fin la estación de Huelva.
Descendió del tren cargada con su bolsa. Vaya, la estación era bonita; pequeña, pero bonita. Tomó un taxi en la puerta y le pidió que la llevara al Hotel Tartessos. En la agencia le habían dicho que era un buen hotel y no demasiado caro. También estaba el Hotel Luz de cinco estrellas; pero el resto eran pensiones. El coche se dirigió a la derecha de la estación, siguiendo un tramo de la tapia de la vía y luego giró a la izquierda un instante. Podían haber recorrido unos doscientos metros, no más. Allí estaba el Tartessos, en la que parecía la calle principal. Detrás, en alto, se veía el hospital de losetas blancas sobre un muro de piedras.
Le dijeron que fuera al hospital caminando, que estaba cerca. La misma calle en dirección contraria, en la curva a la izquierda, hacia la gasolinera y ya vería el edificio del “Agromán”. A la vieja residencia todavía mucha gente la conocía por el nombre de la empresa constructora, que había pasado muchos años escrito allí en un inmenso cartel, justo al lado de la parada del autobús, al que por cierto llamaban “la camioneta”.
Soplaba un fuerte viento, caían algunas gotas, pero no se podía decir que lloviera; sin embargo Patricia tenía la sensación de estar mojada. Esta sensación le recordó a Valencia, por lo menos era algo familiar.
Cuando terminó con los papeles de su toma de posesión el viento había amainado y el sol luchaba por salir. Miraba alrededor por todas partes buscando el mar. Desde la cuesta de la Residencia se veía agua y barcos y puerto. Recordó que el río Odiel desembocaba por Huelva; pero ¿y el mar? “¿Dónde está la playa?” preguntó.
“Tiene que tomar el autobús de la Damas, allí abajo, junto a la estación vieja”.
Optó por caminar por la ciudad, comprar el periódico para buscar piso e intentar comprar un mapa de Huelva que encontró en una librería de la principal calle peatonal, la calle Concepción. Era como la calle Mayor de tantas ciudades castellanas, tiendas, bares, algún banco, al lado de la gran Vía y mucha gente en las horas de la mañana.
[2018: Vamos a acompañar a Patricia en su descubrimiento de la ciudad al mismo tiempo que va a instalarse sola en un lugar en que no conoce a nadie. Es el mismo país, se habla el mismo idioma, rigen las mismas leyes. Sin embargo la entrada de nuestra protagonista es un poco parecida a la que hace un emigrante solitario en tierra extraña; salvando las distancias que marca el hecho de tener un trabajo estable con un sueldo seguro. Mi intención como autora es transmitir empatía hacia el personaje de Patricia para evitar en el lector la tentación, marcada por el estereotipo de la mujer autónoma y libre en el amplio sentido de la palabra, tan extendida en esos años en nuestro medio y más en algunas áreas geográficas como Andalucía.]
*****
II
El edificio era horrible, largo y estrecho como un pirulí, grisáceo, sin pintar desde hacía años y con barandillas metálicas oxidadas. Destacaba con sus diecinueve pisos como un monstruo ridículo sobre los otros edificios en plena zona vieja y frente al puerto. El piso era grande, los muebles tenían un pase y el precio no era demasiado elevado; pero la vista era deliciosa. Claro, ahí está la ría de Huelva, allí el puente y allá Punta Umbría. Y del otro lado de la terraza el otro puente y una ciudad de fábricas humeando nubes de todos los colores. El casero se lo enseñó de noche como “una ciudad de las mil y una noches” con todas sus luces encendidas.
Le habían dicho que se llevara una mascarilla para protegerse de la contaminación química y se había reído. Era increíble, esto superaba lo de Bilbao con creces.
Por la tarde entraba el sol hasta su puesta. No necesitaba encender ninguna estufa. Cuando estuvo instalada se dedicó a terminar el borde de la mantelería que le había regalado su madre. Y así, entre el hospital, tardes de sol y ría en casa y salir a comprar lo más necesario, le pasaron las primeras semanas. Feliz porque tenía trabajo y en un sitio que no estaba mal y triste porque, a tantos kilómetros de todo, la soledad estaba empezando a dejarse notar.
Por fin, con motivo de la cabalgata de Reyes una gente del Hospital la invitó a ir con ellos a Mazagón. ¡Gente, menos mal! En una plaza destartalada, junto a la carretera, había una gran hoguera. Cuando los Reyes Magos terminaron su desfile y los niños se fueron a dormir sus sueños, las personas que estaban junto a la hoguera empezaron a asar sardinas, que ponían sobre pan con aceite y ajo, y a pasar el vino. Poco tiempo después sonaban las palmas y al momento media hoguera estaba bailando sevillanas. También a Patricia le quisieron hacer bailar. Las otras jóvenes profesionales del Hospital no se resistieron, bailaron como pudieron porque no había más remedio. Eso era así. Como en la sevillana: “Esto es así y esto es así, que la noche del Rocío no se ha hecho ‘pa’ dormir”.
Camino, una médico de León, y Llanos, de Albacete,  allí estaban las dos jaleándose al son del tambor y las palmas como lo más natural del mundo. Y eso que eran fechas navideñas, la noche de Reyes.
No se lo pensó dos veces. A los tres días estaba Patricia buscando la academia de baile, esa… la de la Peña Flamenca, a ver si podía asistir a las reuniones de por allí integrándose en el ambiente. Parecía que la primera condición estaba clara, bailar sevillanas.

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III
¡Qué alivio! Dejaba el largo edificio de la Torre del Mar. La lámpara péndulo no había dejado de moverse desde que se instaló en él. El muy gracioso de Luis, su compañero de trabajo, sevillano ¿cómo no?, le había advertido de los terremotos. El edificio se levantó deprisa, sin el permiso oficial, los cimientos eran insuficientes y se hundía algún centímetro cada año. (Tierra de Marismas). El último terremoto de 1.970 lo aguantó; pero no se sabía si aguantaría otro, todavía estaban las grietas en las paredes.
-                    Si se mueve el péndulo baja deprisa a la calle por la escalera. No uses el ascensor -
¡Desde un piso diecinueve!!
El viento, que no dejaba de soplar desde el suroeste, movía la estructura de semejante larguirucho y el péndulo parecía el de un reloj. No paraba prácticamente nunca. Soñó que llegaba el terremoto por fin repetidas veces y una de ellas caía al agua de la ría desde la cama rompiendo la pared.
Se acabó el péndulo y los terremotos y bajar y subir diecinueve pisos cada vez que se estropeaba el ascensor y pelearse con las sábanas al recogerlas del tendedero desenredando mil vueltas en las cuerdas a riesgo de caer al vacío y también se acabó la soledad de las preciosas tardes soleadas. Se marchaba a vivir a un chalet en Mazagón precioso y en compañía de Camino, Llanos, dos compañeras del Hospital. Puede que se sumara también otro buen amigo, Jesús. Ahora sí que iban a vivir a gusto.

2018 Es razonable que los lectores no encuentren un argumento con sentido, como que no lo hay, lo que hay es un maremágnum de deseos, sentimientos, emociones, dudas, caminos entrelazados, caminos torpedeados, caminos tortuosos torpemente recorridos, primavera de la vida que hace hervir la sangre por dentro como la savia que empuja la floración tan temprana en esa Huelva de las marismas.
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GRACIAS A MI PUEBLO

     Gracias a la vida, que me ha dado una infancia feliz en mi pueblo. Pilar Geraldo me invitó, hace unos años, a colaborar con un escrito ...